Esto paso en la ciudad de la Plata, Buenos Aires.
Los datos fueron sacados del diario "El día de la Plata" (Alejandro Castañeda)
Los obstinados también gananLo de Malvina y Sergio es el triunfo de la obstinación.
Es que el amor, como piden los jueces, necesita pruebas. Más allá de que el corazón tenga razones que la razón no entienda, lo cierto es que ese metejón tan panfleteado fue como el “Persevera y te amarán” de un Sergio que no quería quedarse sin “la luz de mis ojos”.
Ella se llama Malvina, nombre de cosa recuperable. Y él es Sergio. Ella es empleada de una óptica y él es apicultor en Oliden. El azar los hizo encontrar y el amor un día amenazó marchitarse. Pero Sergio no es de los que se entregan así nomás. ¿Qué hacer? En esos momentos, no hay ambulancia que pueda venir a ayudarte. Nada de amenazas -se dijo-, nada de fáciles sustituciones, nada de rondar la casa ni de culpas. Sus abejas de Oliden le dieron un suplemento de dulzura y sus ganas hicieron el resto.
Los enamorados siempre han tenido permiso para saltar por encima de fórmulas probadas. En sus adioses y en sus reencuentros, el amor parece un sentimiento con vida propia, más allá de lo que planeen sus cultores. La estrategia de Sergio fue fruto más de la desesperación que del razonamiento: usar las calles de la ciudad como aliada y avisarle a la esquiva luz de sus ojos que el operativo reconquista era la señal clara de un sentimiento que se negaba a capitular.
Las mujeres, aún en esta época donde el romanticismo parece un ejercicio devaluado y descartable, cada tanto necesitan que sus amantes revaliden títulos y que salgan a rendir examen a plena luz. La mañana del milagro, ella venía hacia su trabajo por la calle 6 y de pronto, desde paredes y plantas, Sergio le enviaba pedidos de auxilio para un corazón roto que sólo ella podía curar. Fue una operación a todo trapo, una carrera contra el tiempo, una mezcla entre el poder de la comunicación y el triunfo de la insistencia. El gastó en afiches los últimos centavos de una esperanza en bancarrota y ella descifró que ese pedido multiplicado le daba a su arboleda primaveral renovados brotes de ilusión.
La súplica fue escuchada. La imprenta hizo su parte, pero la única destinataria estuvo a la altura de semejante declaración. El despliegue la obligó a recapacitar. Un tipo que es capaz de esto, merece otra oportunidad. El episodio saltó de la calle a los medios y al final hasta la ventilada reconciliación estuvo a la altura de una historia repleta de testigos. Seguramente el recurso será aprovechado por otros desesperados. Quizá ya esté listo un batallón de postergados dispuestos a gastar tilos y cordones con sus S.O.S lastimeros. Para que así las veredas, tan peligrosas a veces, logren recuperar algo de un romanticismo que fue desalojado por el apuro y el miedo.
La calle frente a la Gobernación, hace años que no recibía semejante expresión de cariño. Allí acampan siempre pedigüeños y enojados. Y las rejas de la casona de Solá y los canteros maltratados saben mejor que nadie que esas cuadras están más ganadas por los revoltosos que por los enamorados.
Esa noche, ella admitió que era la luz para un Sergio que se negaba a cualquier eclipse. Por una vez, el amor ganó: la calle 6 se endulzó con el viento que llegaba de los panales de Oliden, y al fin una Malvina pudo ser recuperada.
Una hermosa historia de amor...